Si tienes un viaje programado a Santiago de Chile y además eres de los que disfrutan con un buen vino (y para esto no hace falta saberse los adjetivos más rebuscados para describir todo un mundo de sensaciones al beberlo), una excursión de la que no te vas a arrepentir es la visita a la Viña de Concha y Toro, una de las más espectaculares del mundo no tan solo por el producto que allí elaboran, sino por el entorno en el que se encuentra.
Aunque no seas un amante del vino, recorrer los apenas cuarenta y cinco minutos que separan esta viña del centro de Santiago te van a merecer mucho la pena por toda la experiencia que vas a vivir una vez pongas tus pies en sus ricas y prósperas tierras. Tanto en coche de alquiler como en transporte público, cogiendo la línea 4 del metro de Santiago hasta estación Las Mercedes (dirección Puente Alto), una de las viñas más famosas del mundo están a tiro de piedra.
El recinto en si ya es una joya de la arquitectura con más de 130 años a sus espaldas, así que antes de lanzarte a correr hacia la cata de vinos no te importará pasearte tranquilamente por la casona principal, de más de 4.000 metros cuadrados, o por la finca de más de veinte hectáreas que componen todo este complejo emplazado en plena naturaleza. Espacio suficiente para darte una paseo entre las parras y dejarte llevar disfrutando de la paz y el silencio que inundan la zona.
Para ir siempre de la mano de un experto y explicarte hasta el último detalle de los vinos Concha y Toro, encontrarás distintos tours entretenidos y por supuesto, cargados de sabores de los distintos vinos producidos en el complejo. Visitarás las bodegas, donde te espera un espectáculo de luces y sonido para presentar la historia de la empresa vinícola y, por supuesto, acabar brindando con uno de los mejores vinos de la tierra chilena: el Casillero del Diablo, la marca por excelencia producida en Concha y Toro.
Para cerrar el plan como es casi obligatorio en este tipo de visitas, podrás disfrutar de una comida típica chilena en su restaurante acompañada del vino que más te haya gustado previamente, pidiéndole al sommelier, ya de paso, que te recomiende algunas de esas palabras rebuscadas para bromear con tu altísimo conocimiento de los vinos del mundo: alegre, generoso, redondo en boca…
Foto | Leonardo Shinawaga